Ya os he contado muchas veces que cuando estoy más estresada es cuando se me ocurren más cosas que contar en el blog, pues bien, hoy al ver una foto me ha traído recuerdos. Si el post anterior no era apto para diabéticos, digamos que este es algo agrio.
Allá por mis 16 años estaba yo sentada en un banco, en el parque de mi pueblo, esperando a unos amigos para ir a comprar las cosas para una barbacoa. A los pocos minutos de estar allí sentada se me acerca un abuelete. Por ese entonces cuando veía a un abuelo me recordaba a los míos: personas entrañables.. Pero ese día aprendí una gran lección: a mi me sobraba inocencia (muuuuucha) y al abuelo, no sólo le faltaba, sino que era un sin vergüenza.
Se sentó a mi lado y me dio dos besos, básicamente me forzó a dárselos. Al principio estaba tan descolocada, me pilló de improviso y no sabía ni cómo reaccionar. Yo esperaba a una persona entrañable y me encontré con un viejo verde que me estaba desnudando con la mirada con la intención de aprovecharse claramente de mí. A pesar de ser educada, de negarme tajantemente una y otra vez ante su propuesta de invitarme a “tomar algo”, él viejo (porque ya dejó de ser abuelete, ya era viejo jeje) seguía insistiendo.
Al poco rato llegó uno de mis amigos y nos fuimos, pero ese día, sin duda, se me cayó la venda de los ojos.
Después de ese incidente me lo he vuelto a encontrar y ha vuelto a intentar hablar conmigo, aunque dudo que se acuerde de mí, supongo que sus gustos nunca cambiarán. Y yo, por educación, he mostrado total indiferencia. Eso si, a partir de ese día, los viejos verdes que me he encontrado han salido por patas..